Es una declaración de guerra comercial mundial. Contra todo y contra todos. El mundo es el enemigo de Donald Trump.
Un buen ejemplo de ello es España, un país que tiene déficit comercial con Estados Unidos, es decir, que importa más de lo que exporta a esa nación. Es, además, una diferencia considerable, de más de 10.013 millones de euros a favor de Washington. ¿Cuál es la lógica de ponerle unos aranceles del 20% a un país al que se le vende por valor de 10.000 millones más de lo que se le compra?
Los aranceles de Trump golpean más a los amigos que a los enemigos de Estados Unidos. Rusia, Bielorrusia, Cuba y Corea del Norte -cuatro países que no destacan por su apertura de ningún tipo, incluyendo la comercial, ni por la libertad de acción que dan a las empresas estadounidenses- tan solo han recibido el arancel mínimo del 10%. Toda el área de influencia china, que Estados Unidos ha estado cortejando para contener a la nueva superpotencia asiática, recibe los peores rejones arancelarios. Dos de los países que han resistido históricamente a Pekín -y, precisamente, a los dos últimos a los que China invadió, en 1979 y 1951- que son Vietnam y Corea del Sur, se llevan el 46% y el 25%. A tres naciones que están bajo la influencia de China -Camboya, Laos y Myanmar- les toca el 49%, 48%, y 44%, respectivamente.
Con esta política, Trump está confirmando las peores sospechas sobre Washington y que se resumen en el viejo adagio de que "es peligroso ser enemigo de Estados Unidos, pero ser amigo puede ser mortal", atribuido a personajes tan diferentes -pero buenos conocedores del país- como el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, el arabista Bernard Lewis, y la ex emperatriz de Irán, Farah Diba.
Eso es especialmente cierto en los países emergentes, como Vietnam, a quien Estados Unidos lleva más de una década convirtiendo en el destino ideal para que las empresas salieran de China recolocaran sus fábricas en él. Así es como Apple, que abrió su primera sociedad en Vietnam hace nueve años y cuatro meses, planea fabricar allí este año el 20% de si producción mundial de relojes y tabletas, y el 65% de sus auriculares. La misma Apple que ayer, a media sesión, había visto cómo se volatilizaba casi un cuarto de billón de euros de su capitalización bursátil.
La de Apple es una pérdida brutal. Pero nada en comparación con lo que le espera a Vietnam, un país de 100 millones de habitantes con un PIB per cápita de algo más del 10% que el de España. Aproximadamente el 30% de la economía vietnamita depende, directa o indirectamente, de las exportaciones a Estados Unidos. Lo que en el mundo desarrollado puede significar paro, pobreza o recesión, en los países en desarrollo significa hambre.
Y, para China, una oportunidad de extender su influencia. Con el golpe económico que va a recibir Vietnam, ¿será capaz ese país de seguir oponiéndose al expansionismo de Pekín en el Mar del Sur de China, que ocupa toda su costa? China, que ya arrebató el archipiélago de las Paracel a Vietnam en la década de los setenta, puede ofrecer a Hanoi acuerdos de cooperación económica que éste necesite para mantener su crecimiento económico. Esos acuerdos que China plantea son draconianos. En 2017, cuando Sri Lanka no pudo pagar la deuda que había contraído con China, tuvo que entregarle durante 99 años el puerto de Hambantota. El entonces vicepresidente de Estados con Donald Trump, Mike Pence, dijo que Pekín había llevado a cabo con Colombo "la diplomacia de la deuda". Si la alternativa es Occidente, Sri Lanka se lo tiene que pensar, después de que Estados Unidos le clavara un arancel del 44%.
Nadie sabe cuál es la estrategia. Pero la única posible es tan loca como peligrosa e impracticable. Está en un documento de 41 de páginas escrito en noviembre, tras la victoria de Trump, y accesible en internet, titulado Guía de usuario para reestructurar el sistema comercial mundial. Su autor es Stephen Miran, que entonces era jefe de Estrategia del hedge fund Hudson Management, y ahora es presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, una especie de centro de estudios del Ejecutivo de Estados Unidos.
La teoría de Miran se resume en lo siguiente. El dólar está demasiado apreciado, lo que daña a las exportaciones de Estados Unidos. Pero, dado que el dólar es la moneda de reserva del mundo, y que los bonos del Tesoro -los llamados coloquialmente t-bills- de ese país son el instrumento financiero dominante en la Tierra (prácticamente, tener t-bills es como tener dinero en efectivo, de lo líquido que es ese mercado), es casi imposible que el dólar baje. Es una visión curiosa, porque hasta ahora la dominante era que el dólar es un "exorbitante privilegio", como dijo en la década de los sesenta el entonces ministro de Economía francés y futuro presidente de ese país, Valerie Giscard d'Estaing. Dada la demanda de dólares en el mundo, Estados Unidos puede endeudarse mucho más que cualquier otro país sin sufrir una crisis de deuda, y puede producir muchos más dólares de los que en principio sería saludable para su economía porque siempre habrá demanda de t-bills y de billetes verdes fuera de sus fronteras.
Sea como sea, Miran opina que el dólar está sobrevalorado. Así que para devaluarlo propone lo siguiente. Primero, aranceles. Después, obligar a los países del G-7 a acceder a apreciar sus monedas frente al dólar. Es lo que él llama Acuerdos de Mar-a-Lago en referencia a los Acuerdos del Plaza, en referencia al hotel de Nueva York (del que Trump fue parcialmente dueño) en los que Ronald Reagan logró exactamente eso en 1985, aunque en aquella ocasión el dólar cayó demasiado y dos años después hubo que dar marcha atrás parcial en los Acuerdos del Louvre, otro hotel, esta vez en París.
El problema es que, si el dólar se devalúa, los más de treinta billones de euros en t-bills pierden valor frente a otras monedas. Eso puede ocasionar una crisis financiera mundial y, de paso, obligar a Estados Unidos a dar marcha atrás en todo el proceso. Así que ¿cuál es la solución de Miran?
Muy simple: que los Estados y bancos centrales del resto del mundo canjeen sus bonos del Tesoro de Estados Unidos actuales por otros de nueva emisión. Esos nuevos bonos tendría, eso sí, dos pequeñas diferencias. Una: no serían a un máximo de 30 años, sino de cien o... perpetuos. O sea, que el interés que Estados Unidos pagaría sería menor y el principal tardaría mucho más en ser devuelto, si es que se devuelve. Pero hay otra opción: el bono no pagaría interés. Sería, literalmente, un regalo a Estados Unidos. ¿A cambio de qué? Miran no es tímido: a cambio de acceso al mercado estadounidense y, también, de protección militar. El economista no parece haberse dado cuenta de que, tras los aranceles, Afganistán y, ahora, Ucrania, nadie se fía de Estados Unidos ni para que este país dé acceso a su mercado ni protección militar.
El plan tiene más trampas que una película de spaghetti western. Canjear deuda a 30 años por deuda a 100 años tiene un nombre muy simple: suspensión de pagos. Algo que Estados Unidos no ha hecho nunca, y que una economía que tiene la divisa de reserva no puede hacer, aunque en la campaña electoral de 2016 Donald Trump planteó a sus asesores que Washington dejara de pagar su deuda. Pretender que el dólar baje y que el capital no se vaya del país es buscar la cuadratura del círculo. De hecho, la teoría económica -tal y como explica Miran en su artículo- indica que, cuando un país impone aranceles, su divisa se aprecia, pero ahora el dólar está bajando. La economía no es una ciencia exacta.
En realidad, el plan de Miran es una manera directa de imponer una dominación de la economía mundial en la que el resto del mundo paga a Estados Unidos a cambio de poder venderle cosas y de contar su paraguas defensivo. Un plan tan arriesgado como audaz. Y algo que Wall Street y la City londinense han elevado a la categoría de texto sagrado que explica lo que Trump quiere hacer. Y que, por esa misma razón, les da miedo. Otros, como Rogé Karma, en la revista The Atlantic, ha calificado como "QAnon con aranceles", en referencia a la enloquecida teoría que circulaba por internet en el primer mandato de Trump y que trataba de explicar toda la política del presidente como parte de una "guerra secreta" contra una mafia de pederastas caníbales que dominaban el mundo y entre los que estaban Hillary Clinton, el papa Francisco, la canciller alemana Angela Merkel y el dueño de Facebook, WhatsApp e Instagram, Mark Zuckerberg, quien estuvo este miércoles en la Casa Blanca reunido con Trump antes de que éste anunciara sus aranceles.